lunes, 7 de diciembre de 2009

Picor de tacones

Le picaban los tacones en la punta de los pies. Los había escondido en ese hormigueo de dolor silencioso durante casi tres decenios. Se clavaban cada día en sus uñas. Los sentía dentro de sus zapatones, demasiado grandes, demasiado grises. Laceraban su sonrisa cuando empujaba desde el pecho para asomarse a los labios, unos labios finos, apenas dibujados, carentes del carmín rojo que, como los tacones, le quemaba en la punta de los dedos. Otro hormigueo, también silencioso, disimulado por una vida sin colores, tapada por un abrigo gris, cubierta por el color muerto de quien teme el latido de sus propios colores. Rojo carmín y rojo tacón. Rojo de pasión y locura, de carreras sin suspiros y aliento contenido. Pero rojo bajo el gris de un abrigo gastado, de un corazón difuminado con el mismo carboncillo que le borraba la falda, la blusa y el sostén. Un abrigo en el que solo caben camisas viejas y dolores viejos, hormigueos silenciosos por culpa de ensoñaciones nacidas bajo una melena dorada oculta por la calvicie y un sombrero gris bajo el que, cada día, cada segundo, cada mañana de oficina, cada vuelta al trabajo sin música, cada paseo sin carmín, cada cena de sopa, picaban los tacones.

1 comentario:

evaevisima dijo...

nadie lo hubiera descrito mejor. Dos gallifantes!