sábado, 19 de diciembre de 2009

kiwis por la mañana


Uno puede descubrir que se hace mayor de mil maneras, supongo. La mía no ha sido muy traumática que digamos, pero me ha dejado el cuerpo como si lo fuera. Allí estaba yo, ilusa, un domingo cualquiera, despierta a las ocho y cuarto de la mañana, levantada y en la cocina comiéndome un kiwi. Antes de tomarme el último trozo me miré y lo vi claro. En ese momento, me agarró la angustia, el ansia de salir a la calle y correr como si fuera un niño de nuevo... pero descarté la idea: hacía un frío del carajo, me dolía una rodilla y, además, me tocaba trabajar. Así que me mentí a mí misma, me dije !pero si estás estupenda tía, nunca mejor!, me enfundé en la bata de casa, cogí mi taza de café, me acurruqué en el sofá y le eché la culpa de todos mis males al exceso de vitamina C.

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