No es grave si me acuerdo de pensar. Y me acuerdo. Es lo que más hago últimamente. No lo apunto, pero pienso. Las ideas corren conmigo por las mañanas. Corren y corren hasta que se me cansan las piernas. Y después siguen corriendo: se van sin que nadie las apunte. Quizá se me haya olvidado escribir. Quizá nuestras historias apócrifas nunca vean la luz. Quizá debas ayudarme. Quizá si te hablo de ellas seamos capaces de convertirlas en realidad (1, esto es una nota a pie de página, un ejemplo probablemente malo de lo que quiero decir: historias, reales o no, contadas simultaneamente por varios protagonistas, de modo que las diferentes versiones generan un infinito número de combinaciones, que a su vez alimentan imaginaciones ajenas). Quizá "ni se te ocurra leerlo" me devuelve las letras que olvidé. Quizá no. Pero me da igual: me conecta a ti, me lleva a pensarte, me ayuda a entenderte y a entenderme, a descubrir lo que descubro cada vez que te miro: que te amo más de lo que nunca pensé que podría amar. Que quiero abrazarme a tu calor. Que quiero que me beses. Que muero por por hacerte feliz. Que eres la chispa que me conecta a la felicidad. Y que pienso llenarte el blog de post.
1) Llevo días dándole vueltas a las historias apócrifas. Todo empezó con la de Auster. Debo escribirla. Pero tengo algo en la punta del tintero: creo que deberíamos escribir diferentes versiones de las mismas historias apócrifas, de forma que quien las lea pueda creérselas o no, o pueda creer algo diferente de lo que pasó, o encontrar lo que pasó, o incluso construir algo nuevo cruzando hechos con imaginaciones ajenas. Nuestras. Un ejemplo malo que crece mientras lo escribo. PARTE UNO. El personaje Al cuenta que estuvo con el personaje Moi de paseo por un parque. Había conocido a Moi unas horas antes y desde el principio hubo química. La chispa que ilumina a quienes conectan desde que respiran frente a frente les había llevado a citarse para el día siguiente. Por eso estaban en el parque. Nerviosos y tanteándose. Mirándose a escondidas. Sin saber qué decir, pero plenamente felices de la compañía mutua. Solo estar a tu lado me enciende el pecho, pensaban ambos mientras recorrían el parque. Allí, detrás de una arboleda, junto a uno zona de columpios poblada de un césped de esos tan verdes que invitan a tirarse al suelo y dar vueltas, se encontraron con un grupo de contadores de cuentos. Narraban delante de un puñado de niños con cara de sueño. Son tan malos que los pequeños bostezan y se despistan. Miran las nubes. Se duermen. Lloran. Llaman a sus padres. Un fuego interior invade a Al, que impulsivamente decide relevarles y contarles a los niños una preciosa historia sobre princesas que besan ranas y sueltan a melena por la almena. Lo de siempre, pero con más gracia. Los niños aplauden. Ríen y lo pasan en grande. Uno de los padres que acompañan a los críos se le presenta a Al y le ofrece ser actor en una obra de teatro que dirige. Moi le mira admirada. Se acerca a su pecho y le besa.
PARTE DOS. Empieza la historia de Moi. También completamente apócrifa. O no completamente. Moi habla de un aburrido día de noviembre en el que fue a pasear con Al. Cuenta que él le llevó al parque más precioso de toda la ciudad, pero que la compañía era tan mortalmente aburrida que sentían las flores languidecer a su paso. Como ella, que se hundía poco a poco en sí misma: le debo una llamada a María; tengo que acabar aquel maldito informe; cuándo encontraré tiempo para hacer la colada; porque aquel tipo de la sonrisa arrebatadores no me habrá llamado... Y entonces se encontraron con un grupo de cuentacuentos. Un grupo divertidísimo. Vestían ropas de colores y sombreros de esos que acaban en un cascabel. Vestían de sonrisa y alegría. De fiesta, sí, pero también de deseo: allí está el tipo de la sonrisa arrebatadora, vestido con zapatones, nariz roja y corbata de colores. Moi despierta del letargo en el que Al la había sumido. Y sus ojos se encienden. Por fin algo divertido. Por fin una historia digna de escucharse. Por fin felicidad. Moi salta y da palmas con los bailes de los actores. Busca la mirada de la sonrisa arrebatadora. Se sonríen. A su lado, Al baila nervioso. Se pone tenso. Se rasca. Se ajusta la ropa. Saca las manos de los bolsillos. Las vuelve a guardar. Las saca. Se muerde una uña mientras Moi le mira entre carcajada y carcajada, consciente de un nerviosismo que no comprende, perdida en la sonrisa arrebatadora. Entonces todo estalla. Al se da la vuelta y se va. Corre sin parar y desaparece. Moi le ve marchar. Mira a los actores. Mira su sonrisa. Suspira y se vuelve para echar un último vistazo hacia el punto por el que vio desaparecer a ese extraño tipo aburrido al que conoció un día antes. Se sienta en el césped y sigue la función.
2 comentarios:
uf, se me fue la mano... llego tarde al curro!
si lo comparas con mis mini-posts, sí, se te fue la mano, pero si lo lees, es perfecto! (pd:mencantan las sonrisas arrebatadoras)
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