domingo, 1 de abril de 2012

Aquellas mañanas

El cuerpo sobrevivía
al roce de las sábanas.
Las pieles amanecían
enredadas en los brazos,
sin poder escapar al aliento de los besos.

Las piernas seguían temblando
las manos se buscaban
apretadas
y la cama era la única
que se despertaba deshecha
cansada.

Los ojos permanecían cerrados
y los besos rodaban por los bordes
entre el sudor
y las mantas
mientras
el viento se colaba por la ventana
despejando
las dudas de medianoche.

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